La magia y el exotismo que caracterizan a ‘La bayadera’ se han trasladado este viernes al Teatro Real de Madrid, con un público atrapado en esta historia de amores imposibles, fantasía, celos y traición que trascienden más allá de la vida y la muerte, como bien ha sabido transmitir el Ballet de la Ópera de Múnich.
Tras su aclamado estreno de este jueves, ‘La bayadera’ podrá disfrutarse en cinco únicas funciones hasta el domingo 2 de junio, un título –que tuvo que ser aplazado por la pandemia– con el que el Teatro Real pone fin a su actual temporada de danza.
‘La bayadera’ es una de las obras más importantes del coreógrafo Marius Petipa, cuyo nombre está unido a los ballets de Chaikovski ‘La bella durmiente’, ‘El lago de los cisnes’ y ‘El cascanueces’, así como a otros clásicos como ‘Don Quijote’ y ‘Le corsaire (El corsario)’.
La obra está ambientada en una India imaginaria, donde se desarrolla el drama de Nikiya, sirvienta de un templo; su rival, la hija del rajá, Gamzatti; y Solor, que es amado por ambas. En 1998, el Ballet de la Ópera de Múnich estrenó esta obra en Alemania en versión de Patrice Bart, con una puesta en escena basada en la coreografía original de Marius Petipa y con decorados de Tomio Mohri.
Debido a la extrema dificultad para acceder a las fuentes en aquel momento, el último acto se recreó a partir de una meticulosa investigación y se completaron partes que faltaban tanto en la música como en la coreografía.
En cuanto a la estética de la escenografía y el vestuario llevan el sello artístico del diseñador japonés Tomio Mohri que, por un lado, incorporó elementos visuales de la historia del ballet, como en el famoso acto de ‘El reino de las sombras’, el gran desfile de los esponsales –resaltado por la iluminación de Maurizio Montobbio– o la variación del Ídolo dorado creada por Nikolai Zubkovsky en 1948. Por otro lado, a lo largo de las diversas escenas, se evidencia la debilidad de Mohri por los elementos gráficos del arte japonés.
Desde un punto de vista conceptual, el equipo artístico dirigido por Patrice Bart se centró en el carácter fantástico de la pieza. Como resultado, se da lugar a una narración en la que predomina el carácter de cuento de hadas de la trama original y la fascinación por las narraciones exóticas del siglo XIX, estructurada en dos actos y seis escenas de más de dos horas de duración.
Precisamente la historia está inspirada en los dramas ‘Sakúntalâ’ y ‘La carretilla de arcilla’, del poeta hindú Kalidasa, y se desarrolla en una India imaginaria, cuya identidad geográfica no está definida con precisión. En esta ocasión, los protagonistas son la bailarina del templo, Nikiya; su rival, Gamzati, hija del Rajá; y Solor, noble guerrero que es amado por ambas mujeres, sin olvidar a otros como el celoso Gran Brahmán.
Por ello, se alternan en la interpretación de los papeles protagonistas Madison Young (30 de mayo y 1 de junio a las 17.00 horas), Lauretta Summerscales (31 de mayo y 2 de junio) y Ksenia Shevtsova (1 de junio a las 21.30 horas) como Nikiya; Osiel Gouneo (30 de mayo y 1 de junio a las 17:00 horas), Jinhao Zhang (31 de mayo y 2 de junio) y Julian MacKay (1 de junio a las 21.30 horas) en el papel del guerrero Solor, y Maria Baranova (30 de mayo y 1 junio a las 17:00 horas), Bianca Teixeira (31 de mayo y 2 de junio) y Carollina Bastos (1 de junio a las 21:30 horas) encarnando a Gamzatti.
Además, el rol de Ídolo dorado recae en António Casalinho (30 de mayo y 1 de junio a las 21.30 horas), Shale Wagman (31 de mayo y 2 de junio) y Ariel Merkuri (1 de junio a las 17.00 horas).
Las funciones en el Teatro Real cuentan con la participación de la Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la dirección de Kevin Rhodes, para interpretar la partitura de Ludwig Minkus compositor de conocidos ballets como ‘Paquita’ o ‘Don Quijote’, entre otros.
REGRESO DESPUÉS DE 23 AÑOS
Con esta obra, el Ballet de la Ópera de Múnich / Bayerisches Staatsballett vuelve al Real 23 años después y tras cancelar su viaje a Madrid en 2020 con ‘La bayadere’, debido a la pandemia. La compañía inauguró la temporada 1999/2000 con un programa que incluía ‘Giselle’, en las primeras representaciones, y ‘Onegin’, en las últimas.
Desde su estreno en Múnich en 1998, la percepción de ‘La bayanera’ ha cambiado pues actualmente se considera que transmite una imagen estereotipada de India y sus prácticas religiosas y culturales. Así, en la antigua India no había bailarinas de templo como danza decorativa o de entretenimiento, sino que eran mujeres que practicaban el arte de devadasi: realizaban prácticas rituales y sus danzas se ofrecían para venerar a la deidad. De la misma forma, su vínculo con el dios era matrimonial, lo que las impedía casarse con un mortal, como hacían el resto de las mujeres.
A partir del siglo XVII, misioneros y representantes de las potencias coloniales comenzaron a ejercer una influencia mayor y condenaron el estilo de vida de las devadasis, ya que no se correspondía con el modelo de mujer que imperaba en aquella época. Las élites indias, educadas en Occidente, adoptaron esa perspectiva y también empezaron a censurar sus propias prácticas culturales. En 1947 se aprobó la Ley de Devadasis de Madrás, que prohibía a las mujeres servir en los templos bajo amenaza de un severo castigo.
En paralelo a este declive de la tradición de las devadasis, el estilo de danza denominado ‘Bharatanatyam’ adquirió nuevas formas, que también incluían elementos de las prácticas rituales. Una figura clave en la reinterpretación del legado de las devadasis fue Rukmini Arundale Devi, quien se inspiró en Anna Pávlovna Pávlova, entre otras, para consagrar su vida a la tradición de la danza y el teatro de la India.
En cualquier caso, ‘La bayadera’ –coreografía estrenada en el Gran Teatro de San Petesburgo por el Ballet Imperial en 1877– es todo un hito en la historia del ballet, dada la elevada dificultad técnica para los intérpretes — especialmente para la solista que encarna a Nikiya, cuyo personaje ofrece una marcada evolución a lo largo de la historia– y que necesita de un cuerpo de baile bien conformado y numeroso, que resuelve con solvencia las brillantes escenas corales.